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Debat sobre immersió lingüística a El Viejo Topo (i 2)

Com a continuació del debat sobre la immersió lingüística que va iniciar Antonio Santamaría a la revista a el Viejo Topo, i al qual jo vaig respondre, ell va publicar una contrarèplica, a la qual jo vaig tornar a respondre amb un article que pretenia fixar el final de la discussió i, si més no, era la meva última contribució a la qüestió. Santamaria, tanmateix, va escriure una última contrarèplica. A continuació reprodueixo, amb el permís de la revista, la contrarèplica de Santamaria i la meva contrarèplica; el seu últim article, però, no el publicaré perquè no li correspon una resposta meva perquè, com he dit, amb el meu segon article vaig donar el tema per tancat.

Contra inmersión: por un modelo lingüístico democrático. Réplica a Hèctor Xaubet

por Antonio Santamaría

En este artículo ampliamos el debate sobre la política lingüística de la Generalitat al profundizar en la crítica del autor a la inmersión. Asimismo, plantea algunos de los elementos fundamentales para construir un modelo lingüístico democrático, respetuoso con la pluralidad cultural del país y los derechos de la ciudadanía.

Comparto la petición de principio de Hèctor Xaubet de enfocar la cuestión de la política lingüística de la Generalitat -en general– y de la inmersión lingüística –en particular– desde el “rigor analítico”, orillando en la medida de lo posible los prejuicios ideológicos.

Ateniéndonos a ello, constatamos que el autor incurre en algunas afirmaciones que no se corresponden con la realidad histórica. Así, se ensalza “el activo papel que la izquierda catalana con el PSUC en la cabeza, partido de matriz comunista y en ningún caso nacionalista, jugó en favor de la inmersión lingüística y, por extensión, la normalización del catalán”. Una afirmación inexacta. Ciertamente, la izquierda catalana se opuso al proyecto original de CiU de crear una doble línea escolar en función de la lengua materna de los alumnos con el argumento de impedir la consolidación de dos comunidades lingüísticas. De hecho, la Ley de Normalización Lingüística (LNL) de 1983 fue, en expresión de Eduard Voltasi, un “producto intelectual de la izquierda catalana” que permitía a los padres elegir la lengua vehicular en la enseñanza primaria, siempre que un número determinado de éstos del mismo centro lo solicitase.

Ahora bien, la inmersión lingüística estuvo impulsada por Joaquim Arenas, director de la Delegació d’Ensenyament Català (DEC) de Òmnium Cultural, que en 1983 fue nombrado jefe del Servei d’Ensenyament del Catalá (SEDEC) de la Generalitat de Catalunya. Así, pues, si la LNL fue concebida por la izquierda catalana, no puede decirse lo mismo de la inmersión. En realidad, en esta cuestión la izquierda catalana fue a remolque de la iniciativa de la derecha nacionalista catalana. Una legislación aprobada mediante decretos (marzo-abril de 1992), aplicada con notable autoritarismo y sectarismo, sin consultar a los padres, ni a los claustros docentes y con la presión directa de los inspectores del SEDEC para doblegar las resistencias de los centros escolares remisos a su aplicación.

De hecho, por las mismas fechas en que se promulgaron los decretos de inmersión, se publicó una encuesta del Departament d’Ensenyament que catalogaba como “extranjeros” a los alumnos procedentes del resto de España y que acabó siendo retirada ante el gran escándalo generado. En otro orden de cosas, la aplicación de la inmersión lingüística desencadenó una agria polémica con una amplia resonancia en los medios de comunicación, nacionales e internacionales. Así, The Internacional Herald Tribune tituló: “Los catalanes inician una guerra lingüística en las escuelas. No más español”.

Por tanto, la versión idílica del autor al presentar la inmersión como un resultado de la labor de la izquierda catalana para “construir un proyecto abierto e inclusivo” se corresponde más bien con sus ilusiones ideológicas que se contradicen con la cruda realidad. Especialmente, si tenemos en cuenta que la lengua es el principal factor de conformación de las identidades nacionales.

Lengua e ideología

Xaubet realiza grandes esfuerzos para desvincular la política lingüista de la Generalitat y la inmersión con los postulados ideológicos y objetivos políticos de los partidos nacionalistas/independentistas. Un esfuerzo tan inútil como los trabajos de Sísifo, pues no se avienen con la práctica totalidad de las tesis de los tratadistas que han estudiado los nacionalismos como E. Hosbawm, A. Smith, E. Gellner o J. Breuilly. Todos ellos han señalado la importancia de la homogenización y la asimilación lingüística como un elemento fundamental de los movimientos nacionalistas.

Por otro lado, el riguroso trabajo, Evolución y legados de la aventura secesionista en Cataluña, firmado por Josep Mª Oller, Albert Sotorra y Adolf Tobeña, elaborado a partir de cruzar las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) entre 2006 y 2019, revelaron cómo las familias de lengua vehicular catalana eran predominantemente favorables a la secesión, mientras que aquellas de lengua castellana se mostraban contrarias a la independencia de Catalunyaii. Un estudio que demuestra la estrecha correlación existente entre la lengua y las opciones políticas de los encuestados.

Las evidencias son tan abrumadoras que el propio Xaubet acaba reconociéndolo, pero realizando una notable contorsión (ideo)lógica para desvincular política lingüística y nacionalismo, que llega a calificar de “trampa del procesismo”. De este modo sostiene que “cualquier proceso histórico de construcción burguesa de un estado-nación ha sido un proceso de imposición de un patrón centralista como modelo de la nación toda, lo que incluye notablemente a la lengua. Evidentemente, eso ha pasado también en España y con el castellano con respecto al catalán –y las otras lenguas peninsulares– y no en relación inversa”.

Aquí Xaubet incurre no solo en una palmaria negación de la realidad, sino en una notable contradicción lógica. El movimiento nacionalista catalán, que aspira a la construcción de un Estado-nación, sería el único caso en el mundo donde éste no se plantea la homogenización lingüística, cuando toda su política lingüística se orienta en este sentido. Ello, además, cuando los líderes del movimiento nacionalista/independentista no han ocultado que éste es su objetivo; es decir, que el catalán sea el único idioma de uso público, relegando al castellano al uso privado de sus hablantes.

Por otro lado, la historia está llena de ejemplos de cómo antiguas naciones oprimidas se convirtieron en opresoras cuando dispusieron de los medios para ello. Polonia, repartida y ocupada por alemanes, austríacos y rusos, sufrió agresivas políticas de germanización y rusificación de carácter asimilacionista; sin embargo, prohibió la enseñanza en lituano, bielorruso y ucraniano al acceder a la independencia después de la Primera Guerra Mundial. Los rumanos, oprimidos por Hungría en Transilvania bajo dominación del Imperio Austro-Húngaro, ejercieron ese mismo papel al incorporar al Estado rumano a la minoría húngara transilvana tras la Gran Guerra. Más recientemente, se observó ese mismo comportamiento en los países bálticos con sus minorías rusas tras la implosión de la Unión Soviética.

Cuestiones de sociolingüística

La realidad sociolingüística de Catalunya presenta numerosas singularidades de cuyo análisis debería desprenderse un modelo democrático, respetuoso con la pluralidad cultural del país y con los derechos lingüísticos de la ciudadanía.

En Catalunya están en contacto dos idiomas neolatinos. Uno de ellos, el castellano, hablado por centenares de millones de personas en dos continentes y otro, el catalán, utilizado por unos pocos millones de individuos en una reducida área geográfica. Además, el catalán, fue objeto de persecución durante gran parte de los siglos XIX y XX en el intento del Estado español por construir un Estado-nación homogéneo culturalmente. Por ello, la lengua catalana debe gozar de una especial protección por parte de las autoridades españolas, catalanas y europeas. Desde esta perspectiva, el catalán es la lengua débil y el castellano la fuerte que no precisa de medidas de protección especial.

Desde el punto de vista de la composición social, el castellano es la lengua vehicular de una minoría de la alta burguesía, especialmente en Barcelona, que se castellanizó en el siglo XIX, aunque el grueso de sus hablantes radica, sobre todo, en la clase obrera procedente de la emigración del sur de España en las décadas centrales del siglo XX. Por el contrario, el catalán suele ser la lengua vehicular de gran parte de la burguesía y las clases medias. En este sentido, el catalán es la lengua fuerte y el castellano la débil.

Desde la perspectiva de la distribución territorial, el uso del castellano se concentra en las áreas metropolitanas de Barcelona y Tarragona, aunque no debe olvidarse que prácticamente no existe ninguna localidad de la Catalunya interior donde no haya núcleos de población de lengua castellana procedente de la emigración.

Por el número de hablantes, según los datos de la minuciosa Encuesta de Usos Lingüísticos de la Direcció de Política Lingüística de la Generalitat del 2019, el catalán es la lengua inicial o materna del 31,5 % de la población (dos millones de personas) y el castellano del 52,7 % (3,4 millones). En ambos idiomas, respecto al 2003, ha bajado el porcentaje de la población que la tiene como lengua materna; el castellano ha descendido del 56,1 % al 52,7 % y el catalán del 36,2 % al 31,5%. Un 2,8 % dicen emplear las dos lenguas indistintamente y un 10,8% otros idiomas. Sobre la denominada “lengua de identificación”; es decir, aquella que los hablantes consideran como suya, un 46,6% se pronuncian por el castellano y un 36,3% por el catalán. Estas cifras indican que un 6,1 % de la población se identifica con la lengua catalana, a pesar de que su lengua materna sea la castellana.

Respecto a los usos lingüísticos, según esta misma encuesta, el 94% entiende el catalán, el 81% sabe hablarlo, el 85,5% leerlo y el 65,3 % escribirlo. Además, un 76,4% dice usar la lengua catalana, lo cual supone un ligero incremento del 1,8% respecto al 2013; aunque de éstos un 24,9% reconoce emplearla de modo muy escaso y un 15,5 % “medianamente” (frente a un 93,2% que utiliza el castellano). Otro dato que considerar es el relativo a la frecuencia con la que se inicia la conversación en catalán, que ha subido del 67,9 % del 2013 al 70,6% en el 2019. Las personas que nunca comienzan la conversación en catalán han bajado del 29,6 % al 26,9 % en el 2019.

Todos estos datos corresponden a la media. Territorialmente estos porcentajes descienden en la Vall d’Aran, donde también se utiliza el aranés, y en el Área Metropolitana de Barcelona. Teniendo en cuenta que la media catalana de quienes dicen saber hablar catalán es del 81,2%, en la primera región el porcentaje desciende al 77,1% y en la segunda hasta el 78,4%.

Otro dato interesante es el relativo a las preferencias de la juventud. Según esta encuesta, frente a las opciones monolingües en una u otra lengua, prefieren las compartidas en castellano y catalán, pero también en otros idiomas. Un 45,8 % de los encuestados afirma entender el inglés y un 37,5 % hablarlo.

Un dato favorable a la extensión del uso de la lengua catalana radica en la denominada “transmisión generacional”. En torno al 55% de los encuestados dice hablar solo en castellano a sus abuelos y el 28% en catalán; un 50 % lo hace solo en castellano con sus padres y un 30 % en catalán. Sin embargo, con los hijos, un 36,6% utiliza únicamente el castellano y un 35,4% solo el catalán, dándose un 28% de otras combinaciones lingüísticas.

Esquemáticamente, éstos son los mimbres con los que debemos construir el mencionado modelo lingüístico democrático.

Los principios de la UNESCO

A nuestro juicio, la inmersión no resulta en absoluto respetuosa ni con la pluralidad lingüística del país, ni con los derechos lingüísticos de la ciudadanía. Se trata de un sistema educativo monolingüe que solo utiliza como idioma vehicular uno de los dos que emplea mayoritariamente la población del país y que responde a los postulados ideológicos asimilacionistas del nacionalismo/independentismo hegemónico en Catalunya.

Como punto de partida deberían aceptarse los criterios de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO)iii que “entiende por enseñanza en la lengua materna el empleo de la lengua materna de los educandos” (UNESCO, 2003: 14). Esta organización propugna que “para que los niños puedan adquirir unas bases sólidas de lectura, escritura y aritmética, las escuelas deben impartir la enseñanza en una lengua que los niños entiendan. Los sistemas educativos bilingües (o multilingües) basados en la lengua materna, en los cuales se enseña la lengua materna del niño con la introducción de un segundo idioma, pueden mejorar los resultados en el segundo idioma, así como en otras asignaturas” (UNESCO, 2016:3).

Según el Informe de Seguimiento de la Educación en el Mundo de la UNESCO (Informe GEM) del 2016, en los países que han invertido en programas bilingües se observan mejoras en los resultados del aprendizaje. En opinión de Aaron Benavot, director del Informe GEM de la UNESCO, la lengua puede ser una espada de doble filo: “si bien refuerza los lazos sociales y el sentido de pertenencia a un grupo étnico, también puede convertirse en un factor de marginación. La política educativa debe velar por que todos los educandos, incluidos los hablantes de lenguas minoritarias, accedan a la educación en un idioma que conozcan”. Por su parte, Jorge Sequeira, director de la Oficina Regional de Educación para América Latina y el Caribe (OREALC/UNESCO), manifestó: “Enseñar en una lengua diferente de la materna afecta negativamente en el aprendizaje. Añade una dificultad en entornos donde ya existe pobreza, marginación, analfabetismo de los padres o desconocimiento de ellos de la lengua predominante.”

Resulta evidente que la inmersión lingüística vulnera estos principios de la UNESCO, particularmente si tenemos en cuenta que ésta se aplica mayoritariamente a un sector del alumnado procedente de familias con bajo nivel de renta y escaso nivel cultural. Ciertamente, el sistema educativo debe proporcionar las herramientas para que los alumnos de lengua materna castellana aprendan y sepan desenvolverse en catalán. No obstante, la falacia de los defensores de la inmersión, entre los que se encuentra Xaubet, radica en sostener que la inmersión es el único método para aprenderlo. De hecho, los únicos lugares del mundo donde se practica la inmersión obligatoria a la catalana son Groenlandia y las islas Feroe.

El modelo finlandés

Examinemos el modelo lingüístico de Finlandia, en la medida que puede servir de referente para hallar una solución democrática al pleito de las lenguas en España. En Finlandia, con una población de cinco millones de habitantes, existe una minoría de lengua sueca de alrededor del 5,7% de la población del país concentrada en las cuatro provincias de la costa occidental y meridional del país.

La Constitución finlandesa establece que el suomi (finés) y el sueco son los idiomas oficiales y nacionales del país, de familias lingüísticas tan alejadas como el castellano del euskera. En este país rige el denominado “principio de autodeterminación lingüística”, según el cual cada ciudadano debe registrarse como suecófono o finesófono. En virtud de este principio solo los distritos administrativos, incluso el Estado, pueden ser bilingües, pero no los ciudadanos quienes, no obstante, tienen la obligación de definirse.

Los municipios del país deben establecer si son monolingües o bilingües. Se consideran bilingües a aquellos donde al menos el 8% de la población tiene como idioma materno el suomi o el sueco, o que esta población alcance a 3.000 habitantes. En los municipios bilingües existe la obligación que todos los documentos y comunicaciones oficiales se realicen en ambas lenguas. En las ciudades de estatus monolingüe solo existe el derecho individual del ciudadano a ser atendido en su idioma. Si trasladásemos estos principios a Catalunya, prácticamente todos sus municipios deberían publicar sus documentos y emitir sus comunicaciones en castellano y catalán, cosa que no sucede en la actualidad. En municipios de regiones monolingües como Castilla o Andalucía, el distrito administrativo del cual dependen tendría que disponer de al menos una persona capaz de atender en catalán, euskera o gallego.

Los municipios bilingües deben disponer de escuelas públicas en ambos idiomas. En la práctica los padres, que previamente se han inscrito en el registro lingüístico, eligen el idioma en que quieren escolarizar a sus hijos. Un alumno suecófono inicia la enseñanza primaria en lengua sueca y progresivamente se le introducen asignaturas en finés de manera que, al acabar la enseñanza obligatoria, sepa desenvolverse en ese idioma. No obstante, todos los alumnos del país estudian como segundo idioma el sueco o el finlandés. Si trasladásemos este sistema a España un alumno de Aragón a Extremadura debería estudiar el catalán, gallego o euskera como segunda lengua y una familia de Albacete que se trasladase a Catalunya tendría el derecho a escolarizar a sus hijos en castellano si residiese en un municipio con al menos el 8% de la población de lengua castellana. Por otro lado, en las universidades de Finlandia se disponen de cuotas mínimas en lengua sueca.

La sección 14 de la Constitución garantiza el derecho de los ciudadanos finlandeses, de lengua sueca o finesa, a utilizar su propio idioma en los tribunales y ante las autoridades. Estos derechos están garantizados en pie de igualdad para los ciudadanos de ambos grupos lingüísticos. Estas disposiciones constitucionales están basadas en el principio de igualdad y en el de personalidad, no en el de mayoría. De este modo una persona de lengua finesa residente en un municipio de mayoría sueca estaría protegida por la misma legislación que protege a su homónimo suecófono que vive en un municipio de lengua mayoritariamente finesa.

Este sistema ha sido criticado por su gran coste económico y el enorme esfuerzo administrativo que comporta; el cual aún sería superior en España, pues, en el caso de adaptarse, se aplicaría no a dos, sino a cuatro lenguas. No obstante, esta política lingüística ha conseguido la desaparición de las fuertes tensiones nacionalistas existentes cuando se proclamó la independencia de Finlandia del Imperio ruso (1919) y los territorios de lengua sueca reclamaron la independencia. Ahora, por el contrario, entre la población de lengua sueca existe un intenso sentimiento de pertenencia a la nación finesa.

Ciertamente, no pueden trasladarse mecánicamente unos modelos lingüísticos que se corresponden a realidades sociales y políticas bien diferentes. Ahora bien, pensamos que la experiencia finlandesa ofrece algunos elementos valiosos que pueden servir para la construcción del modelo lingüístico democrático que necesita nuestro país.

Contra la inmersión

La política lingüística de la Generalitat y la inmersión lingüística en particular responden a las exigencias ideológicas del movimiento nacionalista/independentista catalán, cuyo objetivo confeso es la homogenización cultural de la población como fundamento de la construcción de un Estado-nación independiente. De hecho, Xaubet resulta un buen ejemplo de esa izquierda abducida por el nacionalismo lingüístico, tanto por su argumentación en defensa de la inmersión como por su terminología al emplear conceptos como “normalización”, “lengua minorizada” o “lengua propia” que solo tienen un significado en el marco mental del nacionalismo.

Así, rechaza el principio de elección de los padres, calificado de “argumento típicamente liberal”, cuando no se trata de eso, sino del derecho de los alumnos a recibir la primera enseñanza en su lengua materna siguiendo, como hemos indicado, los principios de la UNESCO. Esto le conduce a afirmar que “la inmersión lingüística y la normalización del catalán son la forma de oponerse a la diferenciación de identidades y la segregación de comunidades”, cuando justamente persiguen el efecto contrario, al tratarse de un modelo asimilacionista que pretende la eliminación de una de las identidades del país. Según su razonamiento, la minoría sueca en Finlandia debería renunciar a la enseñanza en su lengua materna y ser educada mediante la inmersión en finlandés, lo cual provocaría el efecto contrario de alimentar las tensiones nacionalistas.

Finalmente, el autor me imputa –sin ningún fundamento– alinearme con las “tesis de la derecha españolista”, cuando en mi primer artículo sobre el tema denunciaba el carácter espurio de las críticas de la derecha españolista a la inmersión enunciadas desde otro nacionalismo. Se trata de uno de los típicos y poco originales recursos, que el autor comparte con los nacionalistas catalanes, para descalificar a quienes desde la izquierda rechazamos la política lingüística de la Generalitat y la inmersión.

Esta falaz acusación recuerda la polémica entre Jean-Paul Sartre y Albert Camus al conocerse, a finales de la década de 1940, la existencia de campos de concentración para disidentes en la Unión Soviética. En opinión de Sartre no se debía denunciar el Gulag, pues era hacerle el juego a la derecha que lo estaba utilizando profusamente en clave anticomunista. Por el contrario, Camus consideraba inaceptable la existencia del Gulag y un deber de las izquierdas denunciarlo. En un momento del debate, Camus afirmó: “Si la verdad es de derechas, yo soy de derechas”.

Hasta que el problema de las lenguas en España no se desvincule de planteamientos identitarios esta cuestión continuará generando un clima de confrontación y división que siempre beneficiará a las formaciones nacionalistas de uno u otro signo en perjuicio de las izquierdas. A nuestro juicio, un modelo lingüístico democrático debe basarse en los derechos de la ciudadanía y en el respeto a la pluralidad cultural, combatiendo los proyectos homogeneizadores y asimilacionistas de uno u otro signo. Un combate donde, lamentablemente, en demasiadas ocasiones brilla por su ausencia la izquierda catalana.

i Voltas, Eduard, La guerra de la llengua. Ed. Empúries, Barcelona, 1996.

ii Oller, J.M, Satorra, A., Tobeña, A. (2019). “Pathways and legacies of the secessionist push in Catalonia: Linguistic frontiers, economic segments and media roles within a divided society”. Policy Network Paper. 14 Octubre 2019. Una versión traducida del informe puede encontrarse en el siguiente enlace: https://conversesacatalunya.cat/es/exlusiva-inedito-estudio-sobre-las-caracteristicas-del-independentismo/

iii Los informes de la UNESCO son La educación en un mundo plurilingüe: documento de orientación (2003) y Si no entiendes, ¿cómo puedes aprender? Informe de seguimiento de la educación en el mundo: documento de política 24 (2016). Disponibles en: https://learningportal.iiep.unesco.org/es/glossary/enseñanza-en-la-lengua-materna


El catalán como patrimonio colectivo: por un modelo lingüístico democrático

por Hèctor Xaubet

Esta contrarréplica a Antonio Santamaría es la última contribución de Hèctor Xaubet al debate sobre la inmersión y el modelo lingüístico en Cataluña. El autor, que critica los sesgos que observa en la postura de su interlocutor, aspira a precisar algunos elementos que ayuden a concebir el plurilingüismo.

Lengua, política e ideología

La observación de Santamaría sobre el papel que desempeña la lengua en la conformación de identidades me parece correcta, y no es algo que haya negado. Pero el argumento del autor a este respecto nos permite observar un error crucial de fondo que ya resalté en mi primer artículo: la incesante insistencia a seguir vinculando erróneamente independentismo y “nacionalismo”, término que usa constantemente para englobarlo todo y bajo el cual también incluye toda expresión de defensa de la lengua catalana. Así, a sus ojos, una defensa activa del catalán se interpreta como una imposición de la lengua e, inversamente, esta “imposición” es una ofensa contra los castellanohablantes; pero, en cambio, este mismo criterio no se aplica si nos referimos a la pretensión de que todos los catalanes y catalanohablantes hablen castellano. Lo que transluce en el fondo es un nacionalismo lingüístico interiorizado por el cual las dos lenguas no tienen la misma consideración.

Pero hay más: esta focalización tendenciosa solo en el catalán y en las élites catalanas lleva, apoyándose en los autores que menciona, a calificar de pérfido proyecto nacionalista homogeneizador la política lingüística de la Generalitat, y a dar a entender que yo estoy jugando en su bando. Pero, de nuevo, nuestro autor no observa la contraparte ni el efecto inverso de su razonamiento: las élites españolas son castellanohablantes, y el español se impone, por medio de la educación, en toda España; por lo que la defensa del castellano en la educación –como Santamaría propone– no sería sino una expresión de ese proyecto nacionalista castizo; ergo una defensa de la monarquía corrupta. No deja de parecerme curioso que este hilo de razonamiento lo podrían suscribir perfectamente los independentistas identitaristas, porque no se puede negar el nacionalismo romántico impregnado en el independentismo catalán por vía del identitarismo.

Aquello que se expresa en el párrafo anterior es, efectivamente, una exageración, Pero hemos llegado a ella como resultado de una derivada lógica del razonamiento de Santamaría. El autor sigue, parece claro, una línea de razonamiento interesada: si bien una ideología nacionalista puede existir realmente en todos lados, aferrarse de forma absoluta al término “nacionalista” otorga al “nacionalismo catalán” la misma consistencia que la que pudiera tener un proceso acabado de construcción del estado-nación burgués, y esto es una falaz articulación de la crítica al nacionalismo. Ignora completamente que el único estado que existe ahora mismo –soberano, fruto de un proyecto nacionalista que sigue operando y con capacidad homogeneizadora (y cuyas élites, por cierto, no son catalanohablantes)– es el Reino de España. Pero si le atribuimos esas características al “nacionalismo catalán” o incluso al catalanismo, estaríamos dando por supuesto algo que todavía no existe y estaríamos fantaseando de tal forma que llegaríamos a actuar de manera no correspondiente con la realidad. En este sentido, pareciera, según nuestro interlocutor, que el proyecto de ruptura “nacionalista” catalán tiene consistencia, carácter y posibilidad de éxito solo por el mero hecho de que las élites del país hablan una determinada lengua1.

Paralelamente, también es sesgado atribuirle carácter identitarista y asimilacionista solo a un movimiento independentista que resultaría ser el culpable de la politización de la lengua. De hecho, la insistencia de Santamaría en equiparar nacionalismo, independentismo y lengua comporta trasladar la atribución identitaria y asimilacionista a la lengua, cuando, por el contrario, ese carácter le corresponde a determinados movimientos políticos en lugar de a la lengua en cuanto a tal. Pero debiéramos recordar que los primeros que utilizaron planteamientos identitaristas –o sea, que hablaron de la imposición del catalán, que argüían que los “catalanes” (por independentistas) coartaban a los “españoles” (por castellanohablantes) y que diferenciaban, en definitiva, a los ciudadanos de Cataluña– fue el horrendo partido C’s2. Este marco mental, desgraciadamente, parece haberse impuesto. Y es aquí donde Santamaría se aproxima a la derecha nacionalista española, habiendo comprado su argumento. Evidentemente, este marco ha impregnado todo el contexto procesista –especialmente desde que se empezó a polarizar la sociedad catalana– y, por eso, también hay representantes de un identitarismo catalanista excluyente que entra en la misma lógica que C’s incorporó en el panorama político.

Sociolingüística y política

Santamaría presenta una extensa e interesante exposición de datos, pero no por ello completamente pertinente en la medida que, en su pretensión ilustrativa, falla en significar los datos, así como en resaltar comparativamente su evolución. De modo que no resulta claro qué es lo que pretende. Si de lo que se trata es de proteger3 el catalán porque es una lengua débil, entonces esos datos no apoyan su argumento, sino lo contrario: lo que vemos y sabemos es que, efectivamente, el castellano es la lengua mayoritaria, de uso habitual más frecuente y dominante, tanto en los distintos espacios sociales como en lo que respecta al conocimiento que tienen los ciudadanos de Cataluña. Más aún, esta relación se ha agudizo en los últimos tiempos, pues el uso habitual del catalán ha disminuido notablemente en los últimos 15 años (y no de forma progresiva, sino abrupta) y, consecuentemente, el del castellano ha aumentado. Es especialmente singular el área de Barcelona, donde solo un 25% de los jóvenes usan el catalán de forma habitual. Destaco este grupo demográfico, especialmente en la zona más densa de población, porque justamente de los jóvenes depende el mantenimiento y transmisión de una lengua, dos de los criterios que la UNESCO cita para analizar la vitalidad de una lengua. Antes era un tercio de los jóvenes.

Otro dato importante es el conocimiento de la lengua, como mínimo la capacidad de entenderla. Se trata de un indicador que nos permite considerar en qué medida está extendido no ya su conocimiento, sino también –indirectamente– su uso e –incluso– la “importancia” que se da a la lengua. En este sentido, casi la absoluta totalidad de la población catalana puede entender el castellano; pero, respecto del entendimiento del catalán, si bien el porcentaje también es muy elevado (más del 94%), conviene resaltar tanto las diferencias territoriales (en l’Hospitalet de Llobregat baja del 90%), como el hecho de que su desconocimiento implica la existencia de bolsas de población castellanohablante que no tienen –aparentemente– la necesidad social de aprender catalán, algo que afecta la inclusión social y que lleva a la población catalanohablante a comunicarse en castellano con quienes desconocen el catalán. Esta situación forma parte de un proceso de sustitución lingüística que tenderá a consumarse a medio-largo plazo.

Como decía más arriba, la diferencia entre una y otra lengua no era tan marcada una década atrás, ni en términos generales ni en estos dos casos específicos que menciono. No hace falta seguir repasando todos los datos para darnos cuenta que hay algo en el razonamiento del autor que no encaja: el proceso de expansión del castellano y retroceso del catalán se ha producido a pesar de la inmersión lingüística, a pesar de la retórica de la imposición y también a pesar de la distinción que hace el autor de lengua débil o fuerte según si la hablan las élites o no, una distinción que me parece mero relativismo que, por supuesto, no cambia los hechos: el catalán se encuentra en retroceso. Además, que una lengua sea hablada por unas u otras élites no es un criterio que se utilice para entender la dinámica sociolingüística general y la relación entre lenguas.

Esto no niega la tendencia de una comunidad lingüística hacia una u otra opción política. La relación entre lengua y posición política me parece muy relevante y pertinente. Tal y como constatamos hoy en día, son catalanohablantes buena parte de quienes son favorables a la independencia. No es algo que haya negado, pero sí niego, en cambio, que la posición política sea inherente e inequívocamente explicable por la lengua. Antes he mencionado –y en mi primer artículo también lo hice– la importancia del contexto político y, sobre todo, el papel que ha jugado C’s al polarizar y facilitar que el procés girara en estos términos. En efecto, al inicio del movimiento independentista, esta clara asociación entre lengua y preferencia territorial no era tan absoluta. En datos generales, recuerdo que el porcentaje de la población catalana favorable a la independencia alcanzó el 50%, y ahora mismo se sitúa en el 42%, pero solo el 36,3% de los catalanes tiene el catalán como lengua de identificación. Es más, el porcentaje de población que se identifica con el catalán ha disminuido en los últimos 15 años, pero, en cambio, la posición favorable a la independencia ha aumentado. Esto significa que no hay una relación tan clara como Santamaría nos pretende hacer ver, sino que parece que peca de esencialismo al atribuirle a la lengua –y hacerlo por defecto– una identidad, considerarla inamovible y asociarla a una posición política4, algo que ya critiqué en mi primer artículo.

Plurilingüismo y sesgo ideológico y argumentativo

Como argumento de autoridad, Santamaría recurre a los principios de la UNESCO. Ahora bien, las recomendaciones de la UNESCO para la enseñanza de lengua materna fueron escritas para las lenguas indígenas de los estados coloniales. Al mismo tiempo parece no entender que objeto de defensa prioritario en los términos de la pluralidad son las comunidades o lenguas que están en situación débil en su propio espacio de expresión cultural o lingüística dentro del marco de un estado. Lógicamente, el estado es el español y la lengua mayoritaria tanto en España como en Cataluña –como el mismo autor ha expuesto con datos estadísticos– es la castellana. Por consiguiente, si de algo han de servir los principios de la UNESCO es para reafirmar la inmersión lingüística. En este sentido es que podemos hablar de “lengua propia”, expresión que no es una invención nacionalista mía, sino que se encuentra en la Declaración Universal de Derechos Lingüísticos. No cabe olvidar, por otro lado, que el modelo de inmersión ha sido elogiado más de una vez por instancias europeas5.

Pero lo que a mí me llama especialmente la atención es la curiosa semejanza entre esta referencia a unos principios pensados para un contexto colonial y la apelación de los independentistas al derecho de autodeterminación de las naciones oprimidas, también inicialmente pensado para naciones colonizadas. Un servidor intenta mantenerse alejado de esta lógica de razonamiento en la que las partes utilizan argumentos opuestos, pero al mismo tiempo paralelos. Bien se podría decir que son dos caras de la misma moneda. Se trata de una translación de la polarización a la argumentación, una lógica perversa y negativa que nos dificulta ver el camino para construir una sociedad democrática libre en la que se respeten las lenguas y sus hablantes, y se entiendan sus situaciones.

Por otro lado, yo no podría proponer, a modo de alternativa al actual, un modelo lingüístico a seguir. Seguramente se pueden aprender cosas del modelo finlandés, pero, aun así, me llama la atención que el autor lo presente como modelo. Primero, porque debemos tener presente, tal y como ya he dicho, que la protección y evaluación de las comunidades lingüísticas se hace dentro del marco del estado, no a partir del argumento ideológico según el cual las élites políticas de un territorio determinado tienen un proyecto político malvado que no se comparte. Segundo, porque sigue habiendo una diferenciación lingüística (la minoría sueca de Finlandia habla el finés, pero la mayoría finlandesa no entiende el sueco, algo que podemos trasladar a Cataluña). Y, tercero, teniendo en cuenta el punto anterior y si de lo que se trata es de la pluralidad y el multilingüismo efectivo de la población, entonces habría sido más lógico mencionar el modelo luxemburgués, que es paradigma de multilingüismo dentro de Europa. Quizá, simplemente, este último modelo no es conforme a las coordenadas identitarias que marcan inadvertidamente el discurso de Santamaría, pues no hace la primera escolarización en lengua materna.

Lengua y proyecto político

Resulta, según Santamaría, que Cataluña está dividida por dos comunidades identitarias (y por extensión, añado yo, sociales). Eso es posible, es verdad, pero en todo caso la pregunta sería ¿de qué tipo?, ¿son nacionales?, ¿se pueden cambiar?, ¿pueden convivir? Pero también resulta, como explícitamente dice, que las identidades otorgadas por la lengua materna son fijas e inamovibles y, normativamente, así debe ser, a fin de que todos los niños incorporen la identidad que se les presupone. Según su razonamiento maniqueo y simplificador, y a pesar de que diga promover la pluralidad lingüística y que “el problema de las lenguas de España [se debe desvincular] de planteamientos identitarios”, su argumento se incrusta en un esencialismo identitarista básico que categoriza a los ciudadanos de forma adscriptiva según esa identidad transmitida por la lengua.

Entonces, ¿cómo podemos construir una comunidad sociopolítica de iguales en estas condiciones? Primeramente, se debe tener en cuenta que, efectivamente, la lengua puede tener un carácter político y, de hecho, puede y debe ser un instrumento articulador de una comunidad sociopolítica de iguales. Aquí es donde puede ser conveniente recurrir al espíritu del catalanismo. No negaré que esto es problemático y complejo, pero no puedo entender que ese proyecto (y no otros) o recurso –me refiero al catalanismo por vía del catalán– se tache automáticamente de malvado asimilacionismo homogeneizador dentro de un armazón lógico que acríticamente dota de igual carácter lengua, independencia y nacionalismo.

Puede existir, y no tiene por qué ser malo, una doble identidad –no excluyente– en la sociedad catalana, pero no se debe promover la división identitaria y social de la misma comunidad sociopolítica. Eso implica, por supuesto, entender que Cataluña es una realidad nacional y que se trata de construir una comunidad común, o sea, conferir una consciencia de identidad no anclada de forma inamovible en la lengua según comunidades diferenciadas, como Santamaría sugiere. En cambio, el catalán es patrimonio colectivo de esa sociedad mestiza en la que todos, independientemente de la lengua materna, forman parte; es decir, se trata de un sustrato colectivo al cual se adhieren estratos, sobre lo cual cada uno construye su identidad sin entrar en una división. En cualquier caso, esto también implica entender que se debe construir un marco español favorable y consolidador de la plurinacionalidad, de forma que fortalezca al Estado español inclusivo con las diferencias que lo integran.

Muy por el contrario, insistir en el carácter identitario de cada comunidad lingüística no hace sino agudizar la desvinculación de ciertos sectores de la población con respecto a la misma sociedad en la cual están inmersos, de tal forma que se acaba promoviendo una dualidad social. En este sentido, la línea argumentativa de Santamaría es preocupante y es una flagrante contradicción con las buenas proclamas que el mismo autor hace en el texto. Al fin y al cabo, Santamaría está incurriendo en un discurso segregador que distingue a la población y, al contrario de lo que pretende, se justifica precisamente en la identidad. Según las reglas de la dialéctica, esta apología de la segregación social no hará sino llevar a, o entrar en el círculo vicioso de, una respuesta inversa correspondiente: que no se extrañe Santamaría que después vengan los apologetas y fanáticos de la catalanidad y hablen de colonos en Cataluña, pues ellos se aferran a la misma lógica que está planteando nuestro autor, o sea, que hay catalanes que en realidad no son catalanes, sino castellanos, porque tienen esta identidad por la lengua que hablan en casa. ¡Esta visión tampoco está muy lejos del nacionalismo! ¡Qué estrechez de miras al criticar el identitarismo excluyente sin fijarse desde dónde se habla! Ay… bien podríamos decir que nos encontramos ante una abducción del pensamiento que lleva los retazos de una profecía autocumplida y que, por supuesto, rechaza el famoso lema del PSUC “Catalunya, un sol poble”.

1 “[L]as élites económicas y sociales de Cataluña […] no son para nada independentistas, como tampoco lo es, dicho sea de paso, el grueso de las clases trabajadoras urbanas catalanas. [Por eso] yo no creo en las perspectivas de éxito de este movimiento independentista catalán: sería la primera vez en la historia que triunfa un movimiento rupturista protagonizado y dirigido por clases medias”. Antoni Domènech, entrevista en CTXT el 18/9/2017. Recuperado de: https://ctxt.es/es/20170913/Politica/15023/Antoni-Domenech-entrevista-catalu%C3%B1a-ctxt.htm

2 Curiosamente C’s también fue la primera formación política que sacó a colación los principios de la UNESCO para atacar la normalización del catalán y, con ello, fundamentar una división social de la misma sociedad en base a criterios lingüísticos.

3 El uso de este verbo [proteger], y el planteamiento que expresa el autor, no pueden sino llevarme a pensar que se ve el catalán como una cosa exótica y externa a preservar.

4 Complementariamente, quizá también conviene mencionar que los índices de identificación con la lengua no son iguales a los índices de sentimiento de pertenencia nacional.

5 El informe de 2019 de la UE sobre el cumplimiento de la Carta europea de lenguas regionales o minoritarias, por ejemplo, veía la inmersión con buenos ojos y alertaba del peligro de arrinconar el catalán en la medida que el modelo actual favorece la “conjunción lingüística”.

El català i la “llengua comuna”

Reflexió crítica a partir d’aquest comentari de Twitter d’Óscar Guardingo:

El comentari em dóna peu a analitzar certes actituds d’imperialisme lingüístic, millor dit efectes que acabem interioritzant, i alhora fer una crítica a un discurs de l’esquerra que sembla que per defecte vegi com a dolent i nacionalista un posicionament a favor de la llengua catalana, una negativitat que, al meu entendre, facilita que es colin els arguments del segregacionisme lingüístic. Òbviament, el problema rau en tot l’entrellat que el processime ha creat. Llavors, la tendència identitarista i essencialista que pel processisme fa furor, s’acaba traslladant a la llengua; i, llavors, quan critiquem el processisme, indirectament també critiquem la llengua, o bé identifiquem en la llengua el projecte polític i els valors xenòfobs que trobem en els “indepes” eixelebrats; però amb això no fem sinó caure a la trampa que el processisme ha parat havent creat aquesta identitat entre llengua i tota la puresa que els “indepes” eixelebrats pressuposen.

“Drama”: català i castellà

Com hem de valorar el reflex que la nova sèrie Drama fa de la realitat? És positiu que la sèrie sigui bilingüe? Aquest vídeo és la meva participació en la discussió existent des del punt de vista lingüístic a propòsit d’aquesta sèrie.